I
Prólogo. Luces y Sombras
Viajaré por Brasil para fotografiar sus lugares más significativos. El objetivo es que las imágenes puedan ilustrar cualquier material gráfico, principalmente relacionado con el turismo.
La intención de este blog es simple. Narrar el periplo para recordarlo y que eso pueda servir a quien quiera viajar y fotografiar este país.
Brasil es un país enorme y fascinante, el quinto más extenso del mundo y no me atreveré a decir que el más complejo socialmente, pero tampoco a negarlo rotundamente.
Su mítico potencial, que como pronosticó el admirado Stefan Zweig, se desenvolverá plenamente en un futuro que no acaba de llegar, además de un presente de relevancia económica e innumerables recursos naturales y culturales, hacen de Brasil un lugar especial.
Recorrerlo y conocerlo, vale la pena.
Del norte al sur de Brasil hay una distancia semejante a la que separa a Santiago de Compostela de Finlandia o de Senegal; por tanto, junto a casi todas las cosas, la luz variará mucho si estamos en la zona tropical del norte, con días y noches de igual duración durante todo el año y una vertiginosa subida y bajada del sol; o en el sur, con la estacionalidad que proporcionan cuatro mil trescientos kilómetros de distancia al ecuador.
En cualquier caso normalmente contaremos con luz intensa, por tanto la cámara podrá trabajar a sensibilidades bajas y no habrá problema aún con objetivos poco luminosos.
La abundancia de maravillas naturales, la diversidad social y la complejidad política y geográfica, contribuyen a que en Brasil sea especialmente gratificante viajar para aprender, contemplar y fotografiar .
A lo largo de nuestra aventura advertiremos la extraordinaria unificación identitaria del país y a la vez las excepcionales diferencias entre algunos de los veintiséis Estados que conforman esta República Federal. Veremos también como muchos estereotipos tienen parte de realidad y otros carecen de fundamento.
Sea por lo que fuere, Brasil siempre nos sorprenderá.
Iniciamos esta serie de relatos en São Luis, capital del Estado de Maranhão.
CRÓNICA I
São Luis de Maranhão
San Luís {São Luis}, está situada en la región Nordeste de Brasil, relativamente cerca de la línea del ecuador.
Sus inicios son los de una típica ensalada colonial. Vamos con la receta.
Fue fundada por los franceses en 1612, como parte de su plan de colonización en el nuevo continente. De hecho, la ciudad debe su nombre a Luis XIII, rey de Francia por aquel entonces.
En 1615 la ciudad fue conquistada por los portugueses, quienes por derecho se supone deberían ostentar el dominio de todo el país tras el tratado de Tordesillas de 1494.
Posteriormente São Luis fue disputada por holandeses, quienes dominaron la ciudad perfeccionando y ampliando el mercado de algodón durante años. En 1644 fueron expulsados por los portugueses tras cruentas batallas.
La relevancia que tenía en esta época colonial se debe a su ubicación, un espectacular estuario de dos ríos, con magníficos puertos fluviales y de mar.
Esta característica convirtió a São Luis en una de las ciudades con mayor mercado de algodón y arroz en Brasil, enriqueciendo a la corona portuguesa hasta el siglo XIX.
En 1822 Brasil se independiza de Portugal y pasa a vivir una historia propia, sin reyes ultramarinos.
Paseando São Luis
Llegué a São Luis desde Belém, en el estado de Pará (hablaremos en otro capítulo de esta fascinante región amazónica)
La distancia de Belém a São Luis es de aproximadamente seiscientos kilómetros; mas o menos una hora de vuelo.
El avión aterrizó a las tres de la mañana. Si la tripulación aguanta estos horarios yo no iba a ser menos.
Abro aquí un pequeño paréntesis para explicar que, en la fecha en la que escribo esta crónica, solo es posible viajar desde Europa a São Luis haciendo escalas. Por ejemplo en São Paulo, Fortaleza o Salvador-Bahia.
Mis expectativas eran amplias. São Luis presume de tener uno de los cascos históricos mas bonitos de Brasil -patrimonio de la humanidad- y a doscientos cincuenta kilómetros de la capital está uno de los parques naturales más famosos del mundo, los “Lençóis Maranhenses”.
Confiaba en que mi plan de cuatro días fuese suficiente.
El aeropuerto no está muy lejos del centro, unos veinte kilómetros. Días antes del viaje había inspeccionado los alojamientos en aplicaciones de reservas y después de estudiar un poco el asunto me decidí por una “pousada” en el centro histórico.
São Luis, como es habitual en las zonas de costa, tiene una gran oferta hotelera orientada al mar, con mejores instalaciones pero altos precios para quienes optan por viajar barato. En el centro de la ciudad, además de algún hotel de la vieja guardia con precios y servicios discordantes, suelen estar los hostales y pensiones; lo que en Brasil se denomina “pousadas”.
La zona de playa y el centro histórico están muy separados en São Luis y es aconsejable transporte para trasladarse de un lugar a otro.
Además, al estar construida sobre un enorme estuario, tienen una geografía peculiar, muchos obstáculos de agua y largos puentes para salvarlos.
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Mi “pousada” en el centro de la ciudad, estaba razonablemente bien valorada en algunas aplicaciones de búsqueda, pero algunas de las críticas, que siempre leo con gran atención y prudente ponderación, coincidieron posteriormente con mi criterio. El precio por noche me pareció demasiado elevado para un espacio mal cuidado y con escaso desayuno.
Realmente el lugar estaba situado en una zona atractiva, el corazón de la ciudad vieja. El problema es que el "corazón" estaba cerrado el tráfico y tuve que apearme en el "estómago", a cien metros, lo que me obligó a arrastrar la maleta por los adoquines de la calle peatonal a las cuatro de la madrugada.
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Era un caserón centenario de dos plantas y arquitectura laberíntica, cuyas paredes rezumaban historia y evidencias de que nadie se preocupaba por aliviar las señales que esa historia dejaba.
En mi habitación, de dos estancias con enormes ventanales imposibles de cerrar y orientados a un patio interior, creí ver rastros de la última fiesta decimonónica de la aristocracia más perversa de São Luis.
Entre las maderas del piso había espacio suficiente para que pasara intensamente la luz de la habitación inferior y por supuesto el sonido que los inquilinos emitían. A pesar de eso descansé unas horas.
Rúa en el Centro Histórico de São Luís |
Después de una ducha, preparé la cámara y mi viejo, pero siempre en forma, 28-105 milímetros y me dispuse desayunar un poco antes de pasear el centro. Literalmente desayunar un poco, porque el servicio cerraba a las 9’30h y llegué diez minutos antes, con casi todo retirado. Tomé nota para el día siguiente.
Catedral de São Luis
La primera visita, a cinco minutos de la “pousada”, fue la “Praça da Sé” -plaza de la sede, o de la fundación-, que es donde normalmente están situadas las catedrales en Brasil y Portugal.
La Catedral de São Luis fue levantada en 1690, inicialmente como iglesia de la “Compañía de Jesús” dedicada a Nuestra Señora de la Luz.
Los jesuitas comenzaron su expansión por América del Sur en 1559, entrando por Brasil, concretamente por Salvador de la Bahía de Todos los Santos donde fundaron su primer colegio en el nuevo mundo.
Doscientos años después, en 1759, José I de Portugal se enfadó un poco con el vaticano y organizó una excursión a Roma para todos los miembros de la Compañía que andaban por Brasil. Mientras tanto la corona cuidaría de sus pertenencias transatlánticas.
Cuando subieron a los barcos, los hermanos jesuitas comprobaron que solo tenían billete de ida.
La iglesia de Nuestra Señora de la Luz pasó a ser la catedral de la ciudad, y el colegio colindante la sede episcopal. En el siglo XX se le añadieron dos torres a la iglesia.
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La estampa de la plaza y la arquitectura del edificio no seducen demasiado, pero no se puede dejar de fotografiar. Puede ser útil para ilustrar cualquier asunto relacionado con esa construcción.
La luz no era demasiado mala porque el día estaba nuboso, suavizando la diferencia de sol y sombra que caracteriza al trópico a partir de las ocho de la mañana. No tenia, por tanto, que preocuparme por los contrastes y ajuste la sensibilidad a 100 ISO para obtener más definición.
Lamentablemente en este caso la composición no era cómoda por causa de los árboles del parque enfrente de la catedral. Muchas veces esta es la principal dificultad para este tipo de planos generales.
Una vez rodeado y admirado el exterior, entré en la iglesia. Quería ver el retablo, una talla dorada del siglo XVII.
No pude acercarme al altar porque en ese momento estaban celebrando un bautizo, así que decidí volver más tarde, pero por si acaso subí la sensibilidad a 800 ISO e hice un par de discretos disparos para tener un “general” del interior. (La experiencia me ha enseñado que la foto perfecta puede hacerse esperar mucho tiempo, o no presentarse jamás, y que por tanto conviene asegurar alguna, sea como sea)
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Palacio dos Leões
Palacio dos Leões |
No muy lejos de la “Praça da Se” está el “Palacio dos Leões”, sede actual del “Governo do Estado”.
Este edificio está situado en un antiguo fuerte construido por los franceses en 1612 para la defensa de la ciudad.
En 1642 ya reconquistado el territorio por los portugueses, construyeron aquí la residencia de los gobernadores. Esa construcción fue demolida en 1766 para levantar el edificio actual, que pasó por fases de abandono y diversas reformas hasta su reconstrucción actual, entre 1990 y 2000, siendo gobernadora Roseana Sarney.
Roseanne era hija de José Sarney, que también fue gobernador de Maranhão durante la dictadura militar y después presidente del Brasil desde 1985 a 1990.
Para bien o para mal, mucho se oye hablar de la familia Sarney cuando se visita Maranhão.
El “Palacio dos Leões” es un edificio blanco, esa es su principal característica. Arquitectónicamente presenta muchos rasgos neoclásicos y casi ninguno colonial.
Palacio dos Leões |
Las visitas son programadas y está absolutamente prohibido fotografiar con ninguna otra cámara que no sea la del teléfono. Pregunté la razón y la respuesta fue la normal en estos casos, -¡es así!
Pues vale, cuando no queda otro remedio hay que aceptar las reglas por muy absurdas que estas sean.
Me limité a dar un paseo rápido por los salones nobles de ese híbrido administrativo y turístico y hacer alguna foto-móvil de salas y mesas.
Interiores del "Palacio dos Leões"
Mi interés se centró en llegar a los jardines, donde parece ser que hay unas vistas interesantes al rio Anil y el puente de San Francisco (oficialmente puente José Sarney, claro).
Imaginé que ya en el exterior no tendrían prejuicios contra la fotografía réflex, pero no lo pude constatar. Los jardines estaban cerrados por reformas.
Casa de Maranhão, Mercado da Tulha.
La mañana todavía daba para acercarse a la “Casa de Maranhão” otro lugar emblemático en la zona histórica de São Luis.
Datado en 1873, este edificio fue la aduana de la ciudad y ahora, después de ser restaurado en 2014, sirve como museo.
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Aquí se pueden contemplar pocos elementos del folclore y las tradiciones “marañenses” en general, pero absolutamente todo en relación a la fiesta más famosa, -junto con el carnaval-, de São Luis y de gran parte del Norte de Brasil, el “bumba meu boi”.
Esta celebración, con origen en el siglo XVIII, está declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
Surge de una leyenda protagonizada por el buey (boi) al que el campesinado rinde culto. Con el paso del tiempo la leyenda se ha convertido en una compleja e idolatrada manifestación artística, cultural y religiosa.
Quedé con ganas de asistir y fotografiar esa fiesta. Quien sabe si algún día.
Las fotos en museos no suelen ser muy atractivas, las vitrinas y la luz no ayudan normalmente, pero nunca me resisto a hacerlas. Son imágenes que cumplen la función de memoria gráfica y nunca viene mal tener un poco de todo en el archivo para ilustrar, aunque solo sea, relatos como este.
Me quedaba un lugar por visitar en el Centro Histórico antes de comer, el “Mercado da Tulha”.
El edificio, de una sola planta y construido en el XIX, solo llama la atención por la distribución del espacio, una especie de espiral que alberga un montón de puestos de artesanía, alimentación y diversos productos típicos de la región.
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Fue una visita rápida. Compré una pequeña botella de “tiquira” artesanal -un potente licor de color rojo obtenido de la mandioca - y un dulce llamado “pé de moleque”, hecho también con harina de mandioca y coco, con un poquito de canela espolvoreada.
El dulce delicioso, el licor aún está guardado esperando una ocasión.
Hora de comer. Aprovechando que el restaurante del “SENAC” está en pleno centro, allí me dirigí.
”SENAC” es el acrónimo del “Servicio Nacional de Aprendizaje Comercial”. Este organismo ofrece servicios de Restaurante Escuela abierto al público en muchas ciudades de Brasil, aprovechando para formar a futuros profesionales de la hostelería de una forma práctica.
Los precios realmente no son muy populares, pero tampoco absurdos. Eso si, la oferta es casi siempre buena. Los restaurantes “SENAC” suelen ofrecer al cliente las comidas típicas de cada zona preparadas con esmero de buena escuela.
En el caso de São Luis, el edifico que alberga el “SENAC” es un antiguo caserón colonial, que fue sede del servicio de telefónica y después se rehabilitó para acoger el restaurante escuela. Bonito por fuera y por dentro.
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Creo que vale la pena pagar alrededor de 10 euros por una buena comida (bebida no incluida, -cuidado con el precio de las caipirinhas que fluctua sorprendentemente).
Si hay ganas, y un mínimo de luz respetable, siempre está bien un disparo a los platos cuando se viaja. Aunque sea con la cámara del teléfono, sin complejos, que a nuestro archivo nunca le viene mal dejarse de altanerías y nutrirse con un poco con imagenes de andar por casa (en definitiva las que dominan las redes).
Después de comer quedé con algunas personas para conocer la zona de playas. Fue una tarde sin buena luz pero al menos conseguí las fotografias de rigor, a pesar de el marco de edificos y vehiculos cercanos a los arenales, no son mis favoritos
Al anochecer, continuando por esta zona “in”, cenamos una buena “carne do sol", especialidad de un famoso restaurante. Realmente uno de los locales más grandes que vi en mi vida. Aún así, conseguimos mesa por ser madrugadores, era viernes y las decenas de salas de sus tres plantas se estaban llenando rápidamente.
Cuando salimos, un par de horas después, comprobé que la cola para entrar todavía era enorme. El negocio, sin duda, iba bien.
Una última copa en alguno de los animados locales a pie de playa y a la “pousada” a descansar. Al día siguiente, a las 7 de la mañana, tenia el transporte para la joya de la corona. Los “Lençois”.
La música de la calle y la televisión del cuarto de abajo no impidieron que durmiera profundamente.
El despertador sonó a las 6,30h. Después de una ducha preparé la mochila para dos días de excursión, protector solar por supuesto, cambié la tarjeta de memoria de la cámara, cogí un par de baterías y añadí el 200 mm. Todo listo.
El desayuno empezaba a las 7 y a las 7’15 me recogerían.
El transporte fue sorprendentemente puntual, no así el servicio de desayuno, que pasadas las 7h aún estaba en lento proceso de colocación. Tuve el tiempo justo para llenar el estómago apresuradamente y subí a la furgoneta.
Lençóis
Los Lençóis Maranhenses, es un Parque Nacional de 1.550 km2.
Podríamos definirlo como un enorme campo de dunas que, con inicio en una playa plana de 50 kilómetros de largo y una anchura que varía entre 600 metros y 2 kilómetros, se extienden hasta los 75 kilómetros de largo y 20 kilómetros de ancho.
Dicho de otra manera, a partir de una gran playa el viento formó la mayor cadena de dunas de América Latina durante diez mil años, después la lluvia le dio el toque especial elevando la capa freática y formando mas de treinta mil pequeños lagos ¨lagoas”.
La mayoría de las lagunas tienen poca profundidad, pero algunas llegan a los cinco metros, lo que permite un buen baño en sus turquesas y esmeraldas aguas.
La abundancia de agua dependerá de la época, y el mes de mayo que yo elegí es una excelente opción.
El nombre de esta maravilla natural proviene de su semejanza a un montón de “sábanas arrugadas”, -“lençóis amassados” en portugués-.
Como llegar
Saliendo de São Luis podemos elegir tres destinos como base para entrar en los “Lençóis Maranhenses”: Santo Amaro, a 240kms y Barreirinhas o Atins, a 260 kms.
Santo Amaro es la opción que nos dejará mas cerca de las dunas, pero el pueblo ofrece menos instalaciones que Barreirinhas.
Además, desde Barreirinhas queda relativamente cerca Atíns. Así que podremos matar dos pájaros de un tiro.
Tal vez lo ideal sería empezar por Barreirinhas, entrar desde allí a los “Lençóis Maranhenses”, conocer esta interesante entrada y después de disfrutar de la puesta del sol, dormir en alguna de las numerosas pousadas u hoteles que ofrece el pueblo. Al dia siguiente viajar por el rio hasta Atíns, situado en la desembocadura y entrar de nuevo en los “Lençóis” para cruzarlo hasta Santo Amaro, una magnifica excursión de cuatro días pasando las noches en poblados preparados para dar comida y dormida al viajero.
En esta ocasión no me ha sido posible este “ideal”, así que me limité a la primera parte.
Llegué a Barreirinhas a media mañana. El autobús me dejó a las puertas de la “pousada” que había contratado, un sitio acogedor al borde del rio, donde dejé la mochila, preparé el todoterreno 20-70 milímetros y después de una buena dosis de protección solar, salí a pasear.
Barreirinhas |
Barreirinhas está en el interior, pero al borde del rio Preguiças, que se impone y le confiere un intenso ambiente portuario y pesquero. Es un pueblo con vida, mucho comercio y gente en las calles.
Me aconsejaron comer por la zona del puerto fluvial y allí fui. La comida estaba buena y a un precio excelente (incluso la caipirinha).
Caminé de vuelta a la pousada para tomar una pequeña siesta y coger el “tele". Allí me recogió el Jeep que me llevaría a los “Lençóis” hasta la puesta del sol.
De Barreirinhas a los Lençóis
Para no complicarse la vida, lo más aconsejable para ir desde Barreirinhas a las dunas, es en un vehiculo compartido, o como dicen allí “ir de toyota” y en una hora aproximadamente llegaremos a nuestro destino.
Afortunadamente conseguí sitio en el exterior del vehículo, donde no hay aire acondicionado, pero si la posibilidad de mejores fotografías.
No son pocos los vehículos que transitan esta carretera polvorienta, pero solo en fila es ordenada, no hay cruce de coches gracias a los rigurosos horarios de ida y vuelta.
El río Preguiças hace acto de presencia y tendremos que cruzar en ferry, despues continuar viaje contemplando la vegetación de “Caatinga” y “Amazonia”, con cactos, aridez o plantaciones de Cajú o banana. De vez en cuando también pequeños poblados y casas aisladas, donde los niños ya raramente devuelven el saludo a los turistas que, condescendientes o rutinariamente emocionados, agitan sus manos.
Me gusta aprovechar estos momentos vehiculares para disfrutar con la captura de imágenes fugaces, al paso, sorpresivas e intensas muchas veces.
En estos casos me despreocupo de la profundidad de campo para concentrarme en el foco y la composición, para ello suelo elegir el modo semiautomático con prioridad de diafragma, abriendo lo necesario para que la velocidad sea suficientemente alta. Gracias a la intensidad de luz que hay por aquí, se suelen conseguir aceptables resultados.
Por fin todos los coches aparcan, casualmente cerca de una tienda-bar-mesón donde reponer fuerzas, ir al baño o hacerse con recuerdos.
Estamos al final de las dunas, que se presentan ante nosotros como un impresionante tsunami inofensivo de 30 metros de altura que se acerca a una velocidad de 10 metros por año.
Hay que subir a la cresta y unos peldaños de madera facilitan la escalada.
Se puede optar por el camino natural de arena, enterrando las piernas hasta las rodillas y consumiendo una energía que se echará de menos cuando pretendamos pasear por la maravilla que se avecina.
El lugar de acceso está bien elegido. Un estratégico telón que cuando se abre deja boquiabiertos a los espectadores.
Al llegar arriba los “lençóis maranhanses” se presentan majestuosos, sorprendiendo con su extension y su colorido particular. La naturaleza se toma su tiempo, pero esculpe sus maravillas a conciencia.
La arena aqui es de una dureza sorprendente; el peso del cuerpo solo consigue dejar unas leves huellas que el viento no tarda en borrar.
Somos pocos los que paramos para observar, admirar y fotografiar este primer impacto. La mayoría de la gente apura el paso para ser los primeros de su turno en llegar a las lagunas que salpican el horizonte. Conseguir un paisaje sin personas tendría que quedar para otra ocasión.
Desde la llegada solo hay un par de horas hasta que los "cuatro por cuatro" emprendan la vuelta a Barreirinhas.
Empleé ese tiempo en acercarme a un par de lagunas importantes de esta entrada, aventurarme unos minutos hacia otros puntos elevados y hacerme una idea de lo impresionante que debe ser adentrarse en este fascinante desierto y fotografiarlo sin personas, aprovechando el ciclo completo del sol e incluso intentar alguna fotografía del cielo estrellado.
Queda pendiente.
El cielo no estaba totalmente despejado y se frustró la puesta de sol, así que los guías convocaron temprano a sus clientes para el regreso a Barreirinhas.
Mientras llegaban los más rezagados, entre los que me cuento, hubo tiempo para comer castañas, de “cajú” y de “pará”, o diversas golosinas que los vendedores ambulantes ofrecen en la cima; después del descenso, ahora si con mucha más gente animada a no usar los escalones y provocarse un esguince, también hubo tiempo para bebidas frías y sandwiches en la tienda-bar transdunática.
La toma de contacto valió la pena, pero sin duda para disfrutar plenamente de esta maravilla y conseguir el reportaje fotográfico que se merece, se necesita más tiempo.
Me prometí intentar volver.
Paseo por el Río Preguiças
El plan para el día siguiente era hacer un paseo en barca por el rio Preguiças y estar de vuelta en São Luis a última hora. Pensando en ello y en todo lo que había visto hasta ahora, disfruté de una buena cena con buena caipirinha (a buen precio) y una tranquila noche de sueño reparador.
No tiré cohetes con el desayuno, pero no quedé con hambre. Podría decir que no soy muy exigente con la primera comida del día. Habiendo fruta fresca, zumo natural, buen café y pan, algo de jamón, queso y bizcochos variados, casi siempre me conformo.
En cuanto a los paseos turísticos, que no suelen ser precisamente baratos, mi exigencia ya aumenta un poco. En el caso de esta travesía fluvial, que ocupó prácticamente todo el día, el resumen de la experiencia podría ser: no valió la pena.
Pero en aras de la positividad, alguna foto que hice me gustó y por tanto no me arrepiento de la decisión.
La convocatoria de este paseo es a media mañana en el puerto fluvial, que se convierte rápidamente en un aglomerado de personas despistadas esperando que le indiquen su barco. Esperé por tanto en una de las desordenadas filas hasta que oí el nombre de mi "pousada", esa es la clave.
En el barco te dan un chaleco y cuando el barco está lleno a rebosar y le corresponde el turno, comienza la travesía. El río Preguiças se llena de lanchas a motor, ahora si en ordenada fila.
Los motores fuera borda de esta flota son potentes y alcanzan una velocidad considerable, para mi gusto tres o cuatro veces más de lo que tengo por paseo relajado, además con su rugido apagan cualquier sonido de la naturaleza. Bajo mi punto de vista no es agradable ni tanta prisa ni tanto ruido.
La prisa, evidentemente, es para llegar pronto a los puntos de interés, que los organizadores no identifican precisamente con los pequeños poblados de la ribera o lugares de fauna y flora. El plan es llegar a las tiendas y bares pactadas en el trayecto, con tiempo suficiente para un generoso gasto.
Mientras eses destinos no aparecen, solo queda contemplar de lejos la vegetación de las orillas y el dibujo sinuoso de la corriente, donde esporádicamente asoman pájaros, barcas o chozas artesanales.
Mi lente se afana en la búsqueda de eses tesoros fugaces.
Vassouras
Primera parada “Vassouras”, un lugar que justifica lo que el catálogo del paseo llama "fauna" gracias a una familia de macacos en libertad. La libertad que proporciona vivir en los arboles que rodean una tienda-bar llenando la barriga de las chucherías que sin descanso ofrecen los turistas a cambio de una foto.
Me gustan los animales y también los fotografíe, a distancia para no perturbarlos. Los pequeños macacos me posaron gratis e indiferentes, si acaso con cara de necesitar un antiácido estomacal.
Lo más interesante en "Vassouras" son unas dunas con pequeñas lagunas, hermanas menores de los “lençois”, por las que se puede pasear durante la hora de ocio que permite el programa.
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En esta región hice fotos con sentimientos encontrados.
Por un lado está el binomio de naturaleza y comercio local, representado por tiendas familiares de bebidas y artesanía; por otro el de naturaleza e industria de alto nivel, representada por un parque eólico que corona toda la formación dunar.
Un contraste impactante que estimula debates detenidos sobre progreso y sostenibilidad.
Por lo pronto, en un intento de conciliar mundos diversos, o tal vez divergentes, el programa vende el parque eólico como un lugar de interés turístico.
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Después de beber una agua fría en la tienda, -algo hay que dejarles a los pobladores por poco que sea-, subí a la barca de nuevo.
La siguiente parada es “Mandacuru”, una pequeña villa de pescadores llena de locales de bebidas y artesanía orientadas al turismo que les llueve de “Barreirinhas”.
Mandacuru y Caburé
La principal atracción de Mandacuru es la vista panorámica desde lo alto de un faro gestionado por la marina brasileña. Me pareció bien, nunca reniego de alturas que puedan dar un buen plano general.
Antes de eso el guía nos tenia reservada una sorpresa. Explicó que después de visitar “Mandacuru” iriamos a comer a “Caburé”, pero sugirió que nos adelantasemos para encargar la comida, evitando así aglomeraciones y disfrutando del privilegio de servidos en cuanto llegásemos de visitar “Mancacuru”..
Ese pequeño sacrificio por nuestro bien, solo nos retrasaría media hora. Por supuesto aceptamos el consejo y nos dejamos llevar.
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“Caburé”, al que volveremos mas tarde, está muy cerca de la desembocadura y es en realidad, un grupo de casas de pescadores que tienen por un lado el río y por el otro el mar.
El lado del mar es una playa ancha con viento y oleaje. En el lado del río, protegido por pequeñas dunas en las que se asientan algunas viviendas de pescadores, construyeron unos básicos restaurantes con muelle para embarcaciones.
En uno de eses muelles atracó la lancha y cuando ya todos nos disponíamos a bajar para elegir entre los seis o siete lugares que se divisaban, nos encontramos con la sorpresa de que no era necesario. Ya habían elegido por nosotros. "El mejor lugar", según el guía.
Presumo que lo mismo que los otros guías dijeron a los tripulantes de las demás lanchas, que ya estaban llegando a los muelles correspondientes.
Todo formaba parte de un picaresco reparto de lugares y comisiones disfrazado de buen consejo. Nada nuevo bajo el sol.
A nuestra lancha se acercó un muchacho con cara de que la ceremonia le aburría y nos entregó unos menús.
Elegí una ensalada que no me pareció nada barata para la pinta que tenia el local.
Una vez elaborada la comanda, el muchacho se fue con cara de indiferencia hacia la cocina y nosotros, con cara de turistas incautos, hacia el faro de “Mancaruru”
Faro de Mancaruru
Subir al faro requiere paciencia; hay que hacer turnos y a medida que llegan las lanchas se alarga la cola. Además, imagino que para elaborar números a los que arañar subvenciones, el ejercito obliga a cubrir un papel con nombre, procedencia y otras cosas imprescindibles cuando se sube a un pequeño faro durante cinco minutos
El viento y las vistas son agradables desde lo alto, se ve perfectamente el pueblo, el encuentro del río con el Océano Atlántico y a lo lejos se intuyen los “lençoes maranhanses”.
Me abrí un hueco entre la gente agolpada en el estrecho balcón, cerré diafragma y busqué la mejor composición para una foto digna.
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Una vez más el recuerdo fue guardado, en memoria digital y mental. El de la segunda se borrará tarde o temprano, pero el de la primera aguantará un poco más viviendo, por el momento, en dos discos de seguridad y en un catálogo de viajes a los “lençóis”.
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El camino de regreso a la lancha me permitió fotografiar un poco de la actividad de la villa, calles, comercio, gentes.
Ya en el embarcadero, mientras esperé al turno de mi lancha, me concentré en la escena de un bar montado sobre el río.
La parte delantera, que da al camino, tenía un banco de madera a lo largo de todo el mostrador donde sentarse y beber los productos exhibidos.
La parte de atrás da directamente al río, de modo que los vasos y utensilios se lavaban en sus aguas con un simple giro de cintura y mojadura de pies.
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En esta ocasión no probé la caipirinha, me limité a fotografiar.
Caburé
En “Caburé” tampoco probé la caipirinha. Estaba al doble de precio que en “Barreirinhas” y seguramente era peor, en vista de la ensalada que me sirvieron.
Cuando viajo procuro que los niveles de paciencia y tolerancia estén al máximo, procuro no protestar, pero todo tiene un límite.
En este caso el desajuste era extremo. El precio de un par de hojas mustias de lechuga, un trozo de pepino, medio tomate y un aro de cebolla que se les cayó sin querer, me pareció excesivo y así lo hice saber.
Claro que no esperaba una ensalada con atún o dátiles, pero por ese precio al menos llenar la barriga con lechuga fresca.
Lo más sorprendente es que les sorprendió. No pusieron cara de ofensa o enfado, fue cara de asombro.
La chica que me atendió transmitió la queja a los encargados y desde mi mesa pude observar como hablaban entre ellos y llamaban a alguien de cocina mientras me miraban . El guía, que casualmente estaba comiendo con ellos también me miró, con cara de pocos amigos por supuesto.
Al poco tiempo vino la chica con otro plato, donde habían dispuesto el otro medio tomate y unas rodajas más de pepino. Pidió disculpas y dieron por solucionado el conflicto con el gringo que difícilmente volvería a poner el pie en ese restaurante.
Y lo cierto es que si, difícilmente se podría repetir el encuentro, porque incluso volviéndome loco y contratando el paseo otro día, me tendría que tocar la misma lancha y por tanto el mismo local, algo muy improbable.
Pagué, incluido el polémico incremento del diez por ciento que cobran, salvo raras excepciones, en la hostelería de Brasil por el servicio recibido y di por zanjado el asunto. Se supone que ese diez por ciento es un pago voluntario, pero no suelen aceptar de buen grado que se omita, por nefasto que ese servicio sea. Alguna vez que lo he hecho le pitaron los oídos a mi madre.
En otro capítulo me extenderé en este asunto de las propinas, vale la pena darle unas vueltas.
Después de la comida nos dieron dos horas de tiempo para pasear. Pasado ese plazo las lanchas emprenderían el camino de vuelta a “Barreirinhas”.
Ciento veinte minutos en “Caburé” dan de sí, doy fe. Los empleé en entender la distribución de las cabaña-restaurante y en fotografiar todo lo que se ponía a mi alcance.
Caburé |
Caburé |
No se puede negar que Caburé es un sitio peculiar, un caótico proyecto orientado al turismo amparado por el espectacular marco natural del río y el mar.
Los negocios son independientes, hasta el punto de que hay barreras físicas que impiden pasar de un a otro restaurante con comodidad.
La idea es que el cliente quede atrapado en el restaurante preferido de su guía y que su única alternativa sea acceder, por la parte de atrás, al mar. Después, desde allí ya si podrá acceder a los demás si hay ganas y energía.
Primero fui al mar. Por el camino pasé por una serie de construcciones en ruinas que imaginé el intento frustrado de posadas adosadas.
Durante el paseo recibí ofertas de todo tipo y color para alquilar paseos en quad.
Los más baratos consistían en ir de paquete en idas y venidas a lo largo de la playa, con la posibilidad de llegar hasta Atins por más dinero.
Los más osados podían alquilar el cacharro sin conductor y quemar toda la gasolina que quisieran antes de la hora del embarque.
No me interesó en absoluto ninguna de las ofertas, así que me dediqué a contemplar el atlántico y dormitar en la arena arrullado por las olas. Después, dando un paseo hasta el atraque, me acerqué a los otros restaurantes para comprobar que los precios de las ensaladas eran parecidos. Imaginé que las cantidades irrisorias de lechuga mustia también lo serían.
Llegada la hora de partida hubo que esperar por una familia numerosa que se animó de más con los quad y no supo calcular el tiempo, así que nuestra barca salió de última.
El patrón, ya cumplida la jornada, cobradas las comisiones, picado con el retraso y con ganas de descansar en su casa, puso la embarcación a toda máquina y fue sumando puestos hasta alcanzar la “pole position” para el día siguiente.
Intenté algunos barridos aprovechando la baja luz y la alta velocidad de la barca. Ya que la travesía no era todo lo zen que cabría esperar, por lo menos podría intentar disfrutar un poco con la fotografía.
En Barreirinhas solo hubo tiempo a recoger las cosas en la pousada y espera a la furgoneta que me llevaría de nuevo a São Luis.
De vuelta a la ciudad. Fotografiando la carretera.
Durante el trayecto de vuelta, me reafirmé en la idea de volver algún día a São Luis para reencontrarme con algunas personas, estar el los Lençóis más tiempo y no hacer el paseo turístico por el Río Preguiças.
Aprovechando la última luz de la tarde busqué fotografías desde la ventana del autobús. Alguna vez consigo alguna merecedora de alimentar mi viejo y entretenido proyecto: un álbum de imágenes captadas desde los transportes. Lo llamaría "luz de rúa", o "Estampas fugaces", o tal vez "ruta de instantes"... en fin, ya me pondré con el título si consigo realizarlo.
Últimas horas en São Luis
Era mi última noche en São Luis y quería cerrar bien. Mi idea era convidar a cenar por el centro a algunas de las personas que conozco en la ciudad, contarles la experiencia de los Lençóis y seguir aprendiendo con lo que me contasen. Pero, como ocurre en casi todos los lugares del mundo que conozco, no es buena idea rondar el centro de las ciudades un domingo al anochecer. Normalmente no hay nada, o por lo menos nada que convenga.
Recurrí de nuevo a la zona de playas y después de una noche de animada charla y reparador sueño, dediqué la mañana a un paseo de despedida.
Largo do Carmo
En mi afán de conocer, al menos por encima, los puntos principales de la ciudad, pasé por "O largo do Carmo", donde se levanta la Iglesia y Convento del Carmen. Hoy el lugar también es conocido como "Plaza de João Lisboa", en honor a un célebre escritor e historiador a quien la ciudad levantó una estatua en la plaza.
"Convento do Carmo" |
En el entorno del Convento del Carmen se situaba antiguamente el mercado de la ciudad y antes de eso fue el lugar de las principales batallas entre holandeses y Portugueses. También fue el "pelourinho" de la ciudad, destruido cuando la proclamación de la república
Continuando con mi paseo de despedida, fui hasta el actual mercado, visité el “Convento das Mercês” y me asomé al puente de San Francisco.
Mercado
El Mercado de São Luís reúne todas las condiciones para estar en la lista de clásicos mercados centrales de Brasil.
Está situado bastante cerca del centro histórico, en una zona degradada por el tiempo, con un espacio principal para productos de alimentación y muchos puestos callejeros alrededor con variedad de ofertas.
En estos tiempos donde reinan los “Shopping” y grades supermercados, los viejos mercados de las ciudades compiten con bajos precios, trato personal y el encanto del desaliño.
El entorno y los edificios de este mercado no son especialmente bonitos, pero, como siempre me ocurre en estos lugares, me divierte intentar alguna fotografía respetable de personas en la cotidianidad, de frutas nunca vistas o cualquier cosa que llame la atención por color, forma o concepto.
En los interiores de los viejos mercados la luz no suele ser buena. Normalmente usan fluorescentes, que enfrían la temperatura del color y falsifican el ambiente, además de ofrecer poca intensidad. El flash tampoco es buena opción -en mi opinión solo lo es en casos muy extremos -, así que siempre hay que preparar los objetivos más luminosos.
Yo saqué a pasear un fiel 50mm f 1,4.
En el exterior la luz ya vuelve a ser la de siempre, intensa y cenital
Desde la zona del mercado callejeé cuesta arriba hasta el “Covento das Mercês”.
Pasé por el barrio “do desterro”, el límite sur del São Luis antiguo, a orillas del río Bacanga.
Esta zona periférica, antiguamente extramuros, fue por donde los holandeses iniciaron la reconquista de la ciudad que anteriormente fundaran y por donde después entraron los portugueses para echarlos definitivamente.
En la actualidad es un barrio muy abandonado, con muchas casas en semi-ruinas y fachadas deterioradas en las que difícilmente asoma el esplendor colonial.
Iglesia del Destierro
En este barrio está la "Iglesia del Destierro", templo de agitada historia.
Se supone que esta iglesia, con poca presencia en los catálogos turísticos, es la más antigua de São Luis y la única en todo Brasil que conserva trazos bizantinos.
"Igreja do Desterro" |
"Igreja do Desterro" |
Construida a principios del XVII, fue destruida y reconstruida en varias ocaciones.
En 1839 finalizó la obra de la que resultó el edificio actual, llamativo por su torre y su singular planta pentagonal.
Convento das Mercês
A tres minutos de la "Iglesia del Destierro" está el “Convento das Mercês”, este si con presencia en todos los catálogos turísticos.
Fundado en 1654, ya en pleno dominio portugués de la ciudad, el “Convento das Mercês” fue abandonado a partir del 7 de septiembre de 1822, cuando Brasil proclamó su independencia.
Ya entrados en el siglo XX se utilizó como Seminario Menor, después como cuartel de la Policía Militar y como Cuerpo de Bomberos hasta 1980.
En la década de los 90 el entonces gobernador del Estado donó el edificio a la “Fundación José Sarney”, nombre conocido en esta crónica maranhense, pero esta fundación fue imputada por cuentas poco claras y se vio obligada a devolver el edificio al patrimonio estatal en 2009.
Ahora es sede de la Fundación de la Memoria Republicana Brasilera y cuenta con un importante colección de arte sacro y un gran acervo documental, principalmente en relación a la figura de José Sarney.
La visita se reduce a contemplar el patio, a escuchar como una diligente guía reproduce textualmente el gráfico de la historia del edificio plasmada en unos paneles de la planta baja, a subir a la sala superior y recorrer un poco de la historia de Brasil a través de absolutamente toda la historia del señor Sarney.
Otras estancias o jardines traseros, no están abiertos al público.
Despedida sobre el río Anil
Desde el convento bajé hasta el río Bacanga y bordeándolo con la ciudad a la izquierda, paseé hasta el río Anil y su puente de San Francisco, Sarney para los amigos.
El puente de San Francisco no es un lugar cómodo para estar. El tráfico es constante y las estrechas aceras no ofrecen demasiado amparo.
Aguanté el tiempo necesario para intentar una foto con perspectiva del puente y buscar alguna buena composición de las casas multicolores del barrio pesquero “A Península do Povo”, al otro lado del río.
No hace muchos años, esas casas de pescadores estaban construidas sobre el agua y en los delgados troncos que servían de apoyo al resto de las maderas, se amarraban las barcas. Ahora la estampa es diferente, las casas están reconstruidas y son modernas y coloridas; no se si también lo serán las vidas de sus habitantes.
Desde el río me fui a la “pousada”, recogí las cosas y llamé a un taxi.
Volveré a São Luis?, me pregunté de camino al aeropuerto.
- Es posible.
Siguiente parada, Salvador
El siguiente destino será el Brasil africano, histórico, musical, colorido y tantísimas cosas más, de Salvador de Bahia.
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